Olivia Rodrigo hace realidad el sueño adolescente con una sacudida pop rock en Madrid
22 canciones, 95 minutos de concierto y una divertida puesta en escena han hecho realidad el sueño de 17.000 adolescentes que deseaban ver a Olivia Rodrigo en el WiZink Center de Madrid como lo que es, una de las estrellas de pop rock que más discos vende de la década.
Con solo dos álbumes en el mercado, Olivia Rodrigo se ha erigido este jueves en el WiZink Center de Madrid como una de las estrellas de rock más prometedoras de la década. Su gira GUTS, formada por 91 conciertos, aterrizaba en la capital tras dejar una estela de purpurina en el Palau Sant Jordi de Barcelona, donde tocó hace dos días.
La que en su día fue una niña Disney es ahora una teenager rockera de las que levantan su imperio a base de resignificar su pasado. Hay casos de éxito parecidos, como el de Miley Cyrus o Selena Gomez, pero Olivia triunfa más que como personaje, como la sofisticada compositora en la que se ha convertido. Tres Premios Grammy a su nombre la avalan.
Tanto en pista como en grada, la media de edad no superaba los 25 años. Síntoma de que el público era especialmente joven fue que Los Torreznos, el bar de referencia para las previas de los conciertos en el antiguo Palacio de los Deportes, estaba minutos antes extrañamente despejado cuando en estas ocasiones se llena hasta la bandera.
El show empezaba con puntualidad británica, a pesar de que Olivia nació en California. Las luces se apagan y en la pantalla se proyecta cómo la cantante corre por las entrañas del escenario para luego aparecer sobre la tarima como la líder de las miles de fans que gritan al verla en tremendo estado de éxtasis. Hacía tiempo que el suelo del WiZink no temblaba de esa manera.
Arranca con bad idea, right?, esa canción que habla de que quizá "no es una buena idea verte esta noche". Pero sí, ha sido una buena idea ir a verla, porque el público parece haberse topado con un ángel y se deja la garganta cada vez que se repite la citada pregunta.
La producción que trae es la básica de cualquier artista pop. Ocho bailarinas, cuatro cambios de vestuario, una banda estrictamente femenina y una luna en cuarto creciente sobre la que canta las baladas más lentas. El escenario no es inmenso, pero Olivia lo llena correteando y desplazándose por las dos pasarelas que la acercan a sus fans. "Quiero que bailéis", les dice, divertida, contenta.
Sigue con Ballad of a Homeschooled Girl, que lleva una puesta en escena simple, pero rockera, que rápidamente se vuelve intensa con el griterío del público al escuchar las primeras notas de Vampire, el buque insignia de su segundo álbum, GUTS.
Continúa con la vengativa pero melancólica traitor, que el público canta a pleno pulmón, para luego conseguir erizar la piel del personal con Drivers License. La entona sentada en un piano sumergido en humo e iluminado con luces rojas que recuerdan a los semáforos de esos suburbios por los que Olivia conducía imaginando que su amor iba a ser para siempre. Sublime y sencillamente emotiva, porque recrea una escena que todos hemos vivido alguna vez.
Esa es la clave de que tenga fieles en cada esquina y que su música se haya hecho global en menos de tres años. La conexión emocional que consigue establecer con sus letras, muchas llenas de rabia y desconsuelo, es la respuesta a los alaridos, sollozos y nervios de las seguidoras que no podían contenerse. La excitación era real.
Imágenes caseras de la infancia de Olivia se proyectan en pantalla mientras suena Teenage Dream, para que luego suceda una de las coreografías más bonitas del set durante Pretty Isn't Pretty. Sus bailarinas la rodean y la iluminan con espejos antes de una pequeña pausa para ascender a la luna que la hace sobrevolar el WiZink.
Subida al astro iluminado y rodeado de resplandecientes estrellas, Olivia saluda a la multitud mientas canta Logical y Enough For You desde los cielos. Los fans no dejan de corear su nombre. "¡Olivia, Olivia!", gritan para luego arrancarse con un sorprendente "¡guapa, guapa, y guapa, y reina, reina, reina!". Tan ensordecedores eran los gritos que en ocasiones no se escuchaba su voz, pero una de las pocas ocasiones en las que se impuso fue durante la balada Lazy, que canta solitaria sobre una plataforma elevada.
Llega el momento de conectar con los fans. Se asoma al borde de la tarima y le regalan camisetas con la bandera española, una muñeca calcada a ella, peluches... Les enfoca con la cámara y sus rostros felices colapsan la pantalla gigante. El momento se vuelve un poco 'naif', pero se compensa con el siguiente dúo de temas, Happier y Favorite Crime, que interpreta junto a una de sus guitarristas, sentada y tranquila sobre uno de los extremos de la pasarela. "Tengo que venir a Madrid más a menudo", dice después de asegurar que ha probado la paella y agradecer la entrega de sus fans.
Antes de que vuelvan las guitarras, momento especial para Deja Vu, con todo un estadio aullando ese 'uuhh uuhh' tan irresistible. El estruendo aparece de nuevo con el número más heavy, con unos visuales de fuego para cantar Brutal y American Bitch, que de repente se transforma en Spanish Bitch con el público totalmente volcado en Olivia. Sus pasos de baile han sido sencillos y firmes durante todo el show, pero lo que mejor se le da es saltar, hacer muecas y dar patadas en los momentos más punk, como Obsessed y Good 4 U, que llegan como preludio del colofón final.
Termina con Get Him Back y los cañones sueltan kilos de confeti que cae sobre las miles de cabezas que mañana recordarán el concierto esbozando una gran sonrisa. La sacudida ha llegado a su fin, pero podemos jurar que habrá resaca emocional, afonía a raudales y esa reconfortante sensación de haber vivido algo único.