‘La Sirenita’ y la evolución de la imagen de las sirenas
La Sirenita llega este viernes 26 de mayo a las salas de cine. La adaptación del cuento de Hans Christian Andersen, protagonizada por Halle Bailey, cuenta la historia de una hermosa sirena de bella voz que prescinde de esta para tener piernas. ¿Siempre se han representado las sirenas de esta forma? Revisamos el mito.
El 26 de mayo es el estreno mundial de la nueva versión de la factoría Disney de La Sirenita, adaptación libre del cuento del autor danés Hans Christian Andersen, publicado originalmente en 1837.
Este clásico ya fue llevado por Disney a la pantalla grande en 1989 como película de animación. La nueva versión, con actores de carne y hueso, sigue de cerca ese molde.
En el cuento de Andersen y en las dos adaptaciones cinematográficas, la protagonista es una joven bellísima, con cola de pez y una voz cautivadora. Pero ¿siempre se han representado las sirenas de esta forma?
Las primeras sirenas eran mujeres aladas
La primera mención a las sirenas en la literatura occidental se remonta a la Odisea homérica. En su regreso a su patria Ítaca después de la Guerra de Troya, el héroe Odiseo (Ulises para los romanos) sufrió muchísimas aventuras por el Mediterráneo y se las tuvo que ver con peligrosos seres, entre ellos las sirenas.
De todos estos peligros le previene la maga Circe, y el primero de ellos son las sirenas “que a los hombres encantan”. Quien, incauto, se aproxima a ellas y escucha su voz se siente irremediablemente atraído y no regresa a su patria. Esas sirenas vivirían en algún lugar de la actual costa napolitana. Con su dulce canto –que heredan de su madre, una de las musas– hechizan y retienen a los hombres, por lo que la costa está llena de huesos de desgraciados marinos.
Odiseo sigue el consejo de Circe para poder disfrutar de la dulcísima voz de las sirenas sin riesgo: a él lo amarran al mástil y sus hombres se tapan los oídos con cera. Homero no las describe, pero conservamos cerámica que reproduce esta escena de la Odisea y las representa como mitad mujer, mitad ave.
También se habían tropezado con ellas los Argonautas en su viaje de vuelta tras hacerse con el vellocino de oro. En esta ocasión es Orfeo quien, con su canto, las contraprograma y logran superar el peligro. Y en un poema muy posterior titulado las Argonáuticas órficas, el canto de Orfeo trae consigo la muerte de las sirenas y su transformación en rocas.
En la mitología y la literatura clásicas hay seres híbridos, como las sirenas, con partes de su cuerpo con forma humana y otras partes con rasgos animalescos: harpías, gorgonas, esfinges, asociadas a lo negativo, a la perdición de los hombres. Todas son mujeres.
Seductoras con cola de pez
El primer testimonio que describe a las sirenas con cola de pez es el Libro de los monstruos de diverso tipo, un bestiario (es decir, una colección de descripciones de animales reales o fantásticos) anónimo en latín del s. VIII: “Las sirenas son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su bellísimo aspecto y con la dulzura de su canto; desde la cabeza al ombligo tienen un cuerpo de doncella y son muy parecidas al ser humano, pero sin embargo tienen escamosas colas de peces”. Dejaron así su hábitat en la tierra, aunque cerca de la costa, para sumergirse en el fondo del mar, y se destaca de ellas por primera vez su belleza.
El escritor y humanista Boccaccio (s. XIV) recoge en su Genealogía de los dioses paganos las tradiciones clásica y medieval y ofrece una interpretación alegórica de estos seres híbridos. Insiste en su belleza y su capacidad para engatusar a los hombres, asimilándolas a las prostitutas.
De aquí en adelante, se las asocia con lo peor del género femenino: el erotismo de su atractivo físico (con frecuencia se las representa con los senos desnudos y largos cabellos) seduce a los ingenuos hombres y les hace perder su dinero y, peor aún, incluso su alma, convirtiéndose en una tentación continua contra la que se predica desde la moral cristiana.
De malvadas a enamoradas
En el Romanticismo, la visión negativa de la sirena se contrarresta con la nueva imagen, mucho más positiva, representada en el cuento de Andersen. La protagonista de este, cuando cumple 15 años y sale a la superficie, se enamora de un apuesto príncipe, al que rescata durante un naufragio.
Por amor a él renuncia a la seguridad de su medio y hace un tenebroso pacto con la bruja del mar: cambia su preciosa voz por dos piernas. El hechizo le provoca terribles dolores al caminar o bailar, pero no le importa.
El trato con la bruja la obliga a casarse con el príncipe para salvarse. La sirenita sabe que, si no lo logra, morirá y se deshará en espuma marina. Aunque el príncipe la quiere como a una hermana, se casa con la princesa que cree que le salvó de ahogarse en el hundimiento.
La bruja le ofrece una salida para no morir: asesinarlo y poder volver a convertirse en sirena. Ella es incapaz de llevarlo a cabo y se arroja al mar para evitarlo. Pero, gracias a su amor, en vez de convertirse en espuma, se transforma en una de las hijas del aire, seres que pueden conseguir un alma inmortal si hacen buenas obras.
El siglo XXI y las sirenas
A pesar de esta dulcificación de su imagen, aún queda en nuestro mundo la huella de la visión negativa de las sirenas. Así, la expresión “cantos de sirena” se utiliza para designar un discurso agradable y persuasivo que encierra un engaño.
Afortunadamente, este concepto convive con el otro, mucho más positivo, que retrata a las sirenas como muchachas con cola de pez, hermosas e inofensivas, incluso benefactoras, como la del cuento de Andersen o la adaptación de Disney. Seres que se han convertido en símbolo de ciudades, como la Sirenita de Copenhague, o incluso de empresas, como la sirena de dos colas del logo de Starbucks.
Regla Fernández Garrido, Catedrática de Filología Griega, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.